En las sociedades occidentales está plenamente consolidado y aceptado un sistema de contribución impositiva proporcional a los ingresos que cada ciudadano tiene. Es decir, supuestamente, pagan más impuestos los que más ganan.
Es una medida que parece lógica en una sociedad cohesionada y solidaria. Pero en una sociedad de esas mismas características vería igual de lógico que contribuyeran más los que más perjuicios, daños y trastornos generan.
Los ejemplos que vemos estos días en las noticias ilustran a la perfección esta situación. Ciudadanos que viven alegremente, saltándose las normas, como pueden ser desde contaminar más, no seguir las recomendaciones sanitarias para evitar la propagación del covid, o saltarse las normas de circulación entorpeciendo el tráfico o poniendo en peligro a otros y otras muchas actitudes que padecemos cada día, pero luego son los primeros en aprovecharse de cualquier ventaja que ofrezca la sociedad.
A veces reivindicando con obstinación su libertad individual por encima del compromiso con sus vecinos.
Sin entrar en el debate de que derecho debe prevalecer más, si la libertad individual de actuar o el respeto y compromiso con la sociedad donde vive, si parece lógico que quien menos daños ocasione, menos impuestos pague; quien más daños ocasiona, contribuya con más impuestos para su reparación.
En injusto que dos familias con los mismos ingresos, una de ellas viva amargándoles la vida a sus vecinos, destrozando parques y mobiliario público, abusando de los servicios médicos o sociales, provocando cada dos por tres altercados o problemas y otra con una actitud contraria que ni siquiera tire un papel a la calle y paguen los mismos impuestos. Por ello creo que sería justo tener articulado un sistema que, al igual que con los ingresos, evaluara las faltas y te hiciera subir o bajar en las tasas impositivas.