jueves, 6 de abril de 2023

No es país para viejos

 

No hace tantos años que para la inmensa mayoría de los españoles, viajar resulta una actividad a la que uno se podía ver empujado por motivos de necesidad económica o incluso por mera supervivencia. Los viajes de ocio, todo lo que pudiera superar visitar la feria del pueblo de al lado estaba reservado para una minoría. Pero en los años setenta del siglo pasado, esa España de las mayorías, comenzó a descubrir el placer de viajar, de descubrir otros lugares. En un principio con timidez, hasta llegar al paroxismo actual de muchos españoles.

De estos primeros viajes, para los habitantes del cuadrante noroccidental de España, la excursión a Andorra se convirtió en todo un clásico, junto al Monasterio de Piedra, la escapada playera a Salou o el Santuario de Lourdes para los más religiosos.

Yo no fui una excepción y participé con ilusión en esa moda viajera. Visité Andorra, y me sorprendió su dinamismo comercial y aproveché la oportunidad de conseguir un ahorro al comprar algún producto más económico.

Han pasado varias décadas y hoy esos destinos, frente a los exóticos viajes que realizan los españoles, parece algo ya trasnochado. Pero viajando contracorriente y por supuesto, con un presupuesto mucho más comedido, estos días he vuelto a visitar Andorra después de tantos años. Obviamente el Principado ha cambiado, pero sobre todo he cambiado yo como viajero. La principal sensación con la que he regresado, es que Andorra no es país para viejos. Esa impresión no sólo la percibes al no ver ancianos. Un territorio lleno de gente por todos los lados y es realmente raro encontrar un viejo. No hay viejos. Y además de no haber ancianos, se nota que no es un lugar pensado para ellos. El pulso de la ciudad es acelerado, bueno… realmente frenético. 

El espacio es escaso y disputado y sólo hay hueco para el negocio, la rentabilidad, crecimiento, plusvalía. Obviamente, imagino que el propio gobierno del estado propicia ese estilo, convirtiéndolo en la propia esencia de su existencia y así diferenciarse de las anquilosadas democracias colindantes, tan garantistas, que las transforma en muchos casos en pesadas máquinas de derechos, de obligaciones, de burocracia, frente a la agilidad y flexibilidad de estos pequeños estados. Pero por supuesto que no son todo ventajas, o al menos no para todos. Estos pequeños estados, pueden ser muy interesantes, pero también pueden convertirse como esos piratas sin escrúpulos, y que en aras de esa libertad van dejando caer a muchos damnificados. Una lucha por el espacio. No hay hueco para viviendas, para aparcar los coches y tampoco para los viejos, más lentos, con menos maniobrabilidad, les puede resultar muy difícil encontrar un espacio en Andorra.