No me cabe duda. Según voy envejeciendo, y creo compartirlo con mucha gente de mi generación, me vuelvo más simple, más claro, más sencillo, como si el paso del tiempo erosionase todas esas aristas y rellenase esos recovecos de nuestra forma de ser, convirtiéndonos en seres más redondeados, reducidos a formas geométricas básicas y redondeadas.
Y últimamente me estoy convenciendo que ideológicamente pueden agruparse a todas las personas en dos grandes grupos: por un lado existen los que creen y aceptan un mundo de privilegios, donde cada persona ocupa un lugar y dependiendo de ese sitio tiene unos derechos o privilegios que otros no tienen. Frente a este grupo están los que desean y entienden que todas las personas deben tener los mismos derechos.
Naturalmente todos desean el mayor desarrollo y progreso personal, pero mientras los primeros tratan de obtenerlo acercándose al espacio de los privilegios, los segundos tratan de alcanzarlo transformando su sociedad.
Quizás una reflexión simplista podría asociar estos grandes grupos a la denominada izquierda y derecha política, pero nada está más lejos de la verdad. El mercadeo de privilegios se da en todos los estratos sociales, culturales, e ideológicos. No es extraño descubrir a pseudoprogresistas que defienden y trafican con privilegios como esclavistas del siglo XVIII y de igual forma ver rancios conservadores con firmes principios igualitarios.
"Sábete Sancho, que un hombre no es más que otro sino hace más que otro"
Miguel de Cervantes